El Mechero

Paco, prestigiosos cardiólogo de Barcelona, se había mudado ya hacía un año a aquel pintoresco pueblecito de la profunda Lérida, había dejado atrás su lujoso despacho de las oficinas centrales de la Tecnon para ocuparse de las cuatro gripes puntuales y alguna torcedura de alguno de los habitantes de la pérdida villa, la muerte de aquella niña de siete años bajo su bisturí le había hundido, tan joven, tan vital, se volcó demasiado con su paciente y aunque sabía que la reconstrucción de la válvula de la chiquilla era una operación difícil él le había prometido que la curaría y tras su muerte su firme pulso se convirtió en un ligero vaivén desterrándolo voluntariamente a aquel tranquilo paraje.

Abrió la puerta su ayudante portando el maletín de curas de emergencia y cedió el paso al Doctor para después guardar la maleta en un pequeño armario de la entrada de la acogedora casa de madera, eran las ocho de la tarde y habían venido a recogerle hacía una hora debido a un lamentable accidente, un caballo propinó una buena coz al ingrato de su amo dejándole la cara visiblemente magullada aunque el doctor había echo un buen trabajo a pesar de las rudimentarias herramientas de las que disponía, Pep se despidió de Paco con un apretón de manos mientras le dijo en un catalán cerrado –Demà a les vuit, més i millor, a reveure doctor- cerró la puerta y escuchó como las pisadas de su veterano ayudante se iban alejando dejando a Paco atrás, en su hogar.

Retiró la cortina de la ducha y vio como el cuarto de baño se encontraba invadido por una espesa cortina de vapor de agua, se quitó de la cintura la toalla, se enfundó en su pijama guardando su mechero en el bolsillo y se dispuso a orinar dentro del excusado, alargó una mano para coger algo de papel higiénico cuando empezó a notar unas fuertes punzadas en el estómago y cuello, como si alguien le hubiese cortado los hilos a una marioneta él perdió el control de sus extremidades desplomándose sobre el alicatado del WC, era conciente de todo a su alrededor pero no podía reaccionar, poco a poco su visión se fue nublando hasta convertirse en un tupido velo negro.

No escuchaba nada a su alrededor, se sentía mareado y no quería abrir los ojos, intentó moverse pero sus brazos le pesaban demasiado por lo que optó por despertar de aquel sueño y ver que había sucedido, lo último que recordaba era un fuerte dolor abdominal, como si le atravesaran con una espada ardiendo el vientre, cuando por fin abrió los ojos solo vio oscuridad, su primera reacción fue gritar pero aun no tenia la suficientemente fuerza como para mover sus labios y solo salió un insonoro balbuceo, intentó tranquilizarse y logró comenzar a desentumecerse, movió las manos intentando estirar los brazos hasta que topó con aquella especie de pared que le rodeaba como si de un traje de madera se tratase, tocó por encima de su cabeza y también allí encontró pared, intentó incorporarse con la misma suerte, otra vez allí aquel tablón, estaba metido en una ajustada caja a medida, apoderado por el pánico de su garganta brotó un chillido aterrador que resonó por el estrecho contendor ensordeciéndolo, deslizó su mano dentro del bolsillo y agarró el mechero que allí se encontraba.

Con un chasquido se iluminó el receptáculo, una llama afloraba del encendedor mostrando la lamentable confusión, estaba en un ataúd, enterrado vivo, -catalepsia?- pensó Paco, con la mano libre golpeó y arañó la tapa superior pero no sucedió nada, comenzó a llorar y gritar pero el silencio fue su única respuesta y entonces le vino a la cabeza ella, la niña, él no tenía que estar ahí, si no se hubiera emborrachado la noche antes de aquella operación, si su alto ego le hubiera permitido retrasar la intervención, pero no fue así y la cagó, de repente la llama del pequeño zippo empezó a empequeñecerse y eso solo significaba una cosa, quedaban pocos segundos de oxígeno en su nuevo hogar.

Bar-B